Siempre
hago esa mirada, a veces más por costumbre que por sensaciones, pero hoy tengo
el presentimiento que olvidaré algo.
Doy leves
palmadas a los bolsillos de mis pantalones para sentir los bultos que indican
que llevo mi celular, las llaves y la cartera que tiene en su interior el
boleto del autobús que me llevará lejos de ahí. Todo está en su lugar. Reviso
mis muñecas y el reloj a la izquierda y la pulsera a mi derecha se encuentran
ahí pese a que mi costumbre indica deben estar en la mesa o tirados en el
suelo, pero hoy no fue así.
Tengo tiempo, el
autobús no saldrá sino hasta en 40 minutos y la terminal está cerca. Me siento
en una de las dos sillas que tengo, que en circunstancias normales funcionan
como closet, pero que ahora están disponibles debido a que mi ropa la llevo
junto conmigo a mi casa. El cuarto se completa con mi cama en una esquina, una
mesa de plástico con una pata rota, no hay mucho más que describir, este es mi
lugar.
De donde soy
pocos podrían asegurar que vivo en un cuartucho con una sola ventana y pocas
cosas, las cuales son en su mayoría prestadas, nada es mío en realidad y por
ello no me siento de ahí, solo estoy de paso. Cuando salgo a la calle hacia mi
trabajo salgo del cuarto imaginando un cuadro dividido en dos, en un antes y un
después. Mi imaginación coloca de lado izquierdo, el “antes”, una imagen mía
saliendo del cuarto, y de lado derecho el “después”, entrando en una lujosa
mansión, con mi familia. Por lo regular el pitido de un taxi en la avenida
borra las imágenes de mi mente, largando un suspiro que disipa las últimas
nubes de mi mansión a la que aspiro.
No pertenezco a
este lugar, pienso yo, mi estancia no será prolongada en esta ciudad, trato de
consolarme, pronto me iré de aquí, me engaño a mí mismo. Y busco en cada casa
que visito un hogar, un motivo para quedarme, o mejor dicho un aliento, un
respiro que me permita soportar mi soledad, pero no lo encuentro. Extraño mi
hogar, quiero dejar todo atrás y volver con mi familia, amigos, recorrer de
nuevo los lugares en los que siento que correspondo.
Recorro con la
vista de nueva cuenta mi cuarto casi con odio, pero es ahí cuando me doy
cuenta. Abajo de la cama, casi escondida está una caja con la que llegue aquí,
llenas de cosas “necesarias”, que al final no encontraron lugar en mi nueva
vida.
Voy hacia mi
cama, me agacho y saco la polvorienta caja. La abro con cuidado de no
ensuciarme y veo ahí, hasta arriba y por una razón que no recordaba en
absoluto, mis audífonos. En forma de diadema de color negro, fueron mi medio de
escape de la realidad durante algunos momentos cuando recién había llegado. Los
levanto y cuando por fin pensaba que podía regresar completo a mi verdadera
casa observo casi al cerrar la caja un rostro en el fondo de ella.
El rostro de mi
madre me estaba mirando. Me quedé quieto un segundo para después extender mi
mano hacia el fondo de la caja y sacar esa foto. Las orillas estaban gastadas
pero en el centro podía observar no solo a mi mamá, sino a toda mi familia. Mi
madre en el centro junto a mi papá, sonriendo a la cámara, mi hermana a la
izquierda con una sonrisa tímida y los brazos atrás. Mi hermano agachado en el
centro haciendo señas con las manos, manifestando una profunda felicidad. Yo
estoy a la derecha de mi mamá, con un brazo sobre su espalda, sonriendo
también. Es la foto que nos tomamos hace tres años, cuando aún estaba
estudiando, unas vacaciones en el bosque.
Recuerdo un lugar frío y lluvioso. Mi
padre nos había convencido de ese lugar antes de la playa que a él no le
gustaba. Atrás se pueden ver los pinos y la falta de luz natural que refleja
que la mañana de ese día había sido lluviosa, la ropa de frío, los charcos que
se vislumbraban lo confirmaban. Veo la foto y casi me siento con ellos otra
vez, una oleada de emoción comenzaba a desbordarse, una carcajada salió pronto
de mí cuando recordé que justo después de haberse tomado es foto, la cámara
había resbalado del poste donde la había colocado para que todos apareciéramos
en la foto, cayendo en un charco, arruinándola. Recuerdo que nos quedamos un
momento quietos viendo la cámara envuelta en el lodo, como si desde ahí nos
fuera a tomar otra foto, un minuto después estábamos riéndonos.
Todavía veo a mi
hermano tratando de prenderla, acto seguido agitándola frente a mi hermana para
que se ensuciara con el lodo que contenía. Mi padre fue a detenerlo y tropezó
con otro charco ensuciando también a mi mamá que estaba junto a él. Después nos
encontramos los 5 brincando entre los charcos. Era un concierto de carcajadas y
sonidos del agua y el fango que empezaba a adornarnos entre un público
expectante de otras familias que también sonreía. Las fotos pudimos salvarlas.
Guardo la imagen
en mi mochila para poder seguir viéndola en el camino, la música y la añoranza
serían mis acompañantes de imprevisto. De pronto me vuelvo un rayo, pongo la
caja de nueva cuenta en su lugar, cierro la puerta para salir corriendo.
Esquivo personas, animales y plantas. En 10 minutos sale el autobús en el cual
ya debería de estar. De pronto mi pie derecho se encuentra mojado. Me detengo
un momento y es cuando me doy cuenta que la noche había sido lluviosa. Había
pisado un charco.
Durante un
momento, aquel lugar que desdeñaba se sintió como mi hogar.
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