Un caracol sonriente con una concha de
colores. También se había puesto un pantalón azul cielo de mezclilla que le
quedaba unas tallas más grande. Recién se le había regalado uno de sus tíos, que
al percatarse de su equivocada elección alegó que en unos meses ella crecería y
acabaría de llenar los huecos que aún dejaba cuando se los ponía.
La mamá de Clara, cuyo nombre es Beatriz lo
había guardado hasta el fondo de un cajón del ropero de la niña, con tal que no
lo usara hasta que tuviera la estatura suficiente, pero las ansias de la niña
por querer estrenarlo pudieron más que todos los demás pantalones puestos
encima de él.
Mientras Clara se cambiaba en su cuarto
ubicado en el segundo piso de su casa, Beatriz esperaba en la puerta, estaba
impaciente, su hija estaba tardando demasiado y ella quería regresar pronto a
casa antes de oscurecer. Por un tiempo recordó sus tiempos de joven, ella
seguramente también debió hacer esperar a sus padres, a su ahora esposo
mientras ella elegía que ropa le venía mejor.
Intentó recordar cuanto tiempo había pasado
desde ese entonces, aún no se sentía vieja, pero con una hija ya no se sentía una
muchacha. ¿Cuánto tiempo tardaba ahora en arreglarse? Muchas veces su esposo le
decía cada que salían y le tocaba esperarla en el auto, que iba a encontrar un
anciano en el volante y que no lo reconocería.
-En el mundo pasan cosas importantes a cada
minuto, y nos las perdemos porque te estas cambiando. –Le decía de broma.
Mientras recordaba veía hacia el picaporte de
la puerta, inconscientemente esperando algún signo para poder abrirla y salir
de ahí. En su rostro el movimiento involuntario de su labio inferior comenzaba
a demostrar su desesperación. Después de todo, ella había comenzado a fijarse
en su atuendo hasta los 14 años, su hija de nueve aún no estaba en edad para
ello.
-Clara, si no bajas en tres minutos me voy y
te vas a quedar sola. –Gritó su madre.
La niña cuando oyó el grito estaba cepillándose
el pelo frente al espejo, lo que le permitió ver su expresión de susto en la
cara. Rápidamente guardo su cepillo y arrastrando las piernas del pantalón incluso
debajo de sus zapatos corrió para encontrarse con su mamá.
Ya estaba por llegar a las escaleras, pero de
pronto recordó su collar, regalo del mismo tío que tenía un medallón con la
letra C. Clara quería parecerse a su mamá, que tenía un collar con la letra B.
Sin decir nada se regresó nuevamente a su habitación por él.
Beatriz se dio cuenta que su hija volvía a su
cuarto y llegando al límite de su paciencia salió al auto. Aún faltaba un
minuto de su plazo e iba a esperar a Clara afuera, en caso contrario la tendría
que dejar sola en casa. Mientras Clara se colocaba su collar viéndose al
espejo, mientras sonreía y se imaginaba a si misma caminando en el centro
comercial con su madre. Luego rápidamente se dirigió otra vez hacia el piso
inferior.
Esta vez no hubo nada que la detuviera, la
niña daba sus pasos lo más rápido que podía y cuando estaba pasando la mitad de
las escaleras, una de las piernas del pantalón quedo debajo de uno de sus
zapatos, haciendo imposible que bajara de manera correcta el siguiente escalón.
La niña rodó como 7 escalones para llegar al piso con su cabecita golpeada.
En ese momento Beatriz miro su reloj dentro del
auto, dándose cuenta que el minuto ya había pasado, no estaba dispuesta a
esperar un segundo más. Movió la palanca de velocidad, apretó el acelerador y
se fue de ahí. Casualmente llegó a la esquina y el semáforo se encontraba en
rojo, tenía que esperar medio minuto ahí parada. Se puso a pensar en las
palabras de su esposo ¿Podrá cambiar el mundo en un minuto? ¿Qué pasará en 30
segundos?
Entonces recordó que no avisó a su esposo que saldría de
compras. Él se encontraba en su trabajo y haciendo cálculos él llegaría primero
que ella a su hogar. Busco el celular en su bolso, en la guantera del auto, en
el piso. Había olvidado también su celular. Cambió el semáforo al color verde y
sobrepasando ya sus límites dio vuelta en U para regresar por él a casa, de
paso tal vez su hija ya estaría lista.
De frente a su hogar sacó las llaves y abrió
la puerta, enfrente vio a su hijita sentada en las escaleras, sobándose la
cabeza. Beatriz olvidando todo fue a donde su hija para abrazarla haciéndole preguntas,
la niña rechazó su abrazo y no le respondió, sorprendida fue hacia la cocina
que era donde había dejado su celular, tenía que llamar a su esposo y avisar
que su hija estaba lastimada, aunque eso significara un regaño muy fuerte por
dejarla sola y permitir que sucediera ese accidente, pero podría inventar algo.
Revisó la mesa, el desayunador. No estaba
ahí. Regreso con Clara y le preguntó por su celular. La niña se lo devolvió en
su mano. Ella ya había llamado a su padre. La cara de Beatriz, muy parecida a
la que hizo Clara frente a su espejo cuando la llamó, predecía una noche en que
los minutos serían más largos.
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