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lunes, 17 de agosto de 2015

3 minutos






















Un caracol sonriente con una concha de colores. También se había puesto un pantalón azul cielo de mezclilla que le quedaba unas tallas más grande. Recién se le había regalado uno de sus tíos, que al percatarse de su equivocada elección alegó que en unos meses ella crecería y acabaría de llenar los huecos que aún dejaba cuando se los ponía.

La mamá de Clara, cuyo nombre es Beatriz lo había guardado hasta el fondo de un cajón del ropero de la niña, con tal que no lo usara hasta que tuviera la estatura suficiente, pero las ansias de la niña por querer estrenarlo pudieron más que todos los demás pantalones puestos encima de él.

Mientras Clara se cambiaba en su cuarto ubicado en el segundo piso de su casa, Beatriz esperaba en la puerta, estaba impaciente, su hija estaba tardando demasiado y ella quería regresar pronto a casa antes de oscurecer. Por un tiempo recordó sus tiempos de joven, ella seguramente también debió hacer esperar a sus padres, a su ahora esposo mientras ella elegía que ropa le venía mejor.

Intentó recordar cuanto tiempo había pasado desde ese entonces, aún no se sentía vieja, pero con una hija ya no se sentía una muchacha. ¿Cuánto tiempo tardaba ahora en arreglarse? Muchas veces su esposo le decía cada que salían y le tocaba esperarla en el auto, que iba a encontrar un anciano en el volante y que no lo reconocería.

-En el mundo pasan cosas importantes a cada minuto, y nos las perdemos porque te estas cambiando. –Le decía de broma.

Mientras recordaba veía hacia el picaporte de la puerta, inconscientemente esperando algún signo para poder abrirla y salir de ahí. En su rostro el movimiento involuntario de su labio inferior comenzaba a demostrar su desesperación. Después de todo, ella había comenzado a fijarse en su atuendo hasta los 14 años, su hija de nueve aún no estaba en edad para ello.

-Clara, si no bajas en tres minutos me voy y te vas a quedar sola. –Gritó su madre.

La niña cuando oyó el grito estaba cepillándose el pelo frente al espejo, lo que le permitió ver su expresión de susto en la cara. Rápidamente guardo su cepillo y arrastrando las piernas del pantalón incluso debajo de sus zapatos corrió para encontrarse con su mamá.

Ya estaba por llegar a las escaleras, pero de pronto recordó su collar, regalo del mismo tío que tenía un medallón con la letra C. Clara quería parecerse a su mamá, que tenía un collar con la letra B. Sin decir nada se regresó nuevamente a su habitación por él.

Beatriz se dio cuenta que su hija volvía a su cuarto y llegando al límite de su paciencia salió al auto. Aún faltaba un minuto de su plazo e iba a esperar a Clara afuera, en caso contrario la tendría que dejar sola en casa. Mientras Clara se colocaba su collar viéndose al espejo, mientras sonreía y se imaginaba a si misma caminando en el centro comercial con su madre. Luego rápidamente se dirigió otra vez hacia el piso inferior.

Esta vez no hubo nada que la detuviera, la niña daba sus pasos lo más rápido que podía y cuando estaba pasando la mitad de las escaleras, una de las piernas del pantalón quedo debajo de uno de sus zapatos, haciendo imposible que bajara de manera correcta el siguiente escalón. La niña rodó como 7 escalones para llegar al piso con su cabecita golpeada.

En ese momento Beatriz miro su reloj dentro del auto, dándose cuenta que el minuto ya había pasado, no estaba dispuesta a esperar un segundo más. Movió la palanca de velocidad, apretó el acelerador y se fue de ahí. Casualmente llegó a la esquina y el semáforo se encontraba en rojo, tenía que esperar medio minuto ahí parada. Se puso a pensar en las palabras de su esposo ¿Podrá cambiar el mundo en un minuto? ¿Qué pasará en 30 segundos?

Entonces recordó  que no avisó a su esposo que saldría de compras. Él se encontraba en su trabajo y haciendo cálculos él llegaría primero que ella a su hogar. Busco el celular en su bolso, en la guantera del auto, en el piso. Había olvidado también su celular. Cambió el semáforo al color verde y sobrepasando ya sus límites dio vuelta en U para regresar por él a casa, de paso tal vez su hija ya estaría lista.

De frente a su hogar sacó las llaves y abrió la puerta, enfrente vio a su hijita sentada en las escaleras, sobándose la cabeza. Beatriz olvidando todo fue a donde su hija para abrazarla haciéndole preguntas, la niña rechazó su abrazo y no le respondió, sorprendida fue hacia la cocina que era donde había dejado su celular, tenía que llamar a su esposo y avisar que su hija estaba lastimada, aunque eso significara un regaño muy fuerte por dejarla sola y permitir que sucediera ese accidente, pero podría inventar algo.


Revisó la mesa, el desayunador. No estaba ahí. Regreso con Clara y le preguntó por su celular. La niña se lo devolvió en su mano. Ella ya había llamado a su padre. La cara de Beatriz, muy parecida a la que hizo Clara frente a su espejo cuando la llamó, predecía una noche en que los minutos serían más largos.

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