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Recuerdos de lo no vivido
Toda mi vida he tenido momentos en los que mi
alma se separa de mi cuerpo, volando entre las nubes de mis sueños y deseos, en
suposiciones y ensayos de mi mente sobre cómo conseguir lo que más quiero.
Todo el tiempo imagino el momento, los
lugares en los que llevaré a cabo mis planes. Esta vez, como todos los días me
preparo para realizar mi sueño principal, veré a la persona que amo para tratar
de que vuelva a estar conmigo.
Tomo en cuenta las variables, preparo
segundos y terceros planes, ensayo conmigo mismo los diálogos y ademanes para después
tomar camino: vestirme para la ocasión, lavarme los dientes, lustrar mis zapatos,
verme al espejo por última vez y enfilarme hacía la puerta.
Late mi corazón, llego al lugar, me dirijo a donde se encuentra. Se presenta el momento y empiezo a actuar, sonrisas más, sonrisas menos, no importa lo que haga o deje de hacer, al final, todos los días ocurre lo mismo. No dejo de fallar.
Derrotado me vuelvo a casa, nuevamente solo.
Comienzo a repasar y a cuestionarme siempre con las mismas preguntas que
pierden sabor y significado, espinas que me clavo de la misma rosa: ¿Qué fue lo
que hice mal?
Mientras camino miro pasar a las personas a
mi lado con delicadas sonrisas, veo las parejas sentadas dándose un beso.
Hombres y mujeres apoyados en las paredes con el celular en su oreja, riendo.
Los veo y por un momento me transmiten su felicidad, haciéndome recordar mis
sueños, que deben ser parecidos a los suyos, con la diferencia que ellos si los
pueden cumplir.
Cumpliéndolos al compartir un helado, haciéndolos
realidad al protegerse juntos de la lluvia con sus abrigos, al quitarse el frio
fundiéndose en un abrazo, en una mesa compartiendo sus momentos del día. Recuerdo
mis sueños, que son solo eso, sueños que se desbaratan dentro de mí ser.
Llego a mi casa para derrumbarme boca abajo en
mi cama, vestido de la misma manera con la que salí de ella. Hace no mucho
llevaba conmigo cartas y flores, pero las cartas yo sabía que se volvían inelegibles
ya que nunca se abrían, sobre las flores, yo sabía que se pudrían en su florero,
no tenía oportunidad de olerlas.
Me volteo para ver el techo, pongo las manos atrás
de mi cabeza, sigo con los zapatos puestos. Todos mis planes siempre
fracasaban, mis discursos los terminaba olvidando, mi ánimo decaía poco a poco
mientras avanzaba la reunión. La persona a la que iba a ver ni siquiera me
respondía. Al final, solo la miraba, leyendo una y otra vez su epitafio que yo
mismo escribí, con mis recuerdos en la mente, con mis sueños dentro del piso
con ella, recordando momentos que jamás volverán.
Solo sonrío, sonrío para elevar mi alma, eso es lo más cerca que puedo
estar de mis sueños.
Eder Y. Mijail
10/08/2015
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