Ahora me dirigía a la casa de mi hermano
Jesús para pedirle trabajo en su papelería. Atrás quedaron los sueños de un
posgrado, y peor aún, de al menos la titulación en mi carrera de leyes.
Con un caminar pasado recorría la ciudad y veía
a las personas, me preguntaba cuántas de ellas tenían hijos, a qué edad los
tuvieron, como los están educando, cuánto dinero necesitan para mantenerlos.
Hay cosas, situaciones en las que nos
ponemos a pensar solo cuando las vivimos.
Mi experiencia no me dictaba nada, era algo
que aprendería desde cero. Caminaba y ya me encontraba más cerca del centro de
la ciudad, donde los comercios más grandes se situaban. La papelería de mi
hermano estaba a dos cuadras del edificio de gobierno que era el epicentro.
Conforme me acercaba al parque principal seguí viendo a las personas, un
anciano con una gran barba leyendo el periódico, usaba un pequeño sombrero
color castaño. Sintió mi mirada pues cuando pase frente a él, me miro por
encima de su diario, el señor no usaba anteojos, me gustaría tener su vista a
esa edad.
Pase enfrente de la estatua principal de la
ciudad, era de color rojo, un hombre que si usaba lentes pese a que tenía
apariencia más joven a la del anciano que vi, alzaba su brazo apuntando hacia
el norte con el dedo. No tenía vello facial y usaba un traje de época. Nunca
había prestado atención a los detalles, siempre me había pasado de largo
aquello que me rodeaba. Ahora estaba como con actitud de alerta, como buscando
una salida al momento que estaba viviendo.
Me detuve un momento para ver la estatua y
fue alzando la mirada cuando sentí que una gota caía sobre mi ojo izquierdo. El
cielo seguía compitiendo conmigo y había decidido adelantarse a mí llorando él
primero. Busqué un refugio debajo de quiosco situado en el centro del parque
para encontrarme con otra novedad en mi vida.
No estaba solo, un grupo numeroso de niños de
distintas edades me rodeaba. Debía parecer un gran edificio, un rascacielos
entre pequeños departamentos pues era el único adulto dentro del quiosco. Los
niños bailaban y estiraban su mano para sentir el agua, algunos querían salir a
mojarse pero sus padres, que estaban afuera empapándose, les decían que no salieran.
Me di cuenta que unos 9 niños tenían unas hojas en sus manos. Debían estar en
una especie de taller de verano de dibujo, pues también había algunas acuarelas
y pinceles tirados en el piso.
De pronto, como un conejo, una niña como de 5
años con un vestido que debía ser blanco, pero que estaba pintado de muchos
colores saltó. Debía estar acostada en el piso pintando pues no la había visto,
justo al lado de mí. Ahora ella estaba parada dando pequeños, pero eufóricos brinquitos
mientras agitaba una hoja en lo alto. Miren, miren todos ¡Acabo de dibujar el futuro!
Gritó la pequeña, ahora todos estábamos atentos a ella, era una frase muy
peculiar la que acababa de pronunciar.
Acabo de dibujar lo que va a pasar cuando
termine de llover. Dijo esta vez, pero casi como un susurro, tomo con sus dos
manos su dibujo, de puntitas para que todos lo pudiéramos ver. Yo no distinguí
ninguna imagen, era un manchón que no tenía forma, pero todos los niños que
estaban ahí lanzaron un grito al unísono, estaban impresionados. ¡Un arcoíris!
Comenzaron a decir uno a uno mientras empezaban a gritar todavía más fuerte.
Sus padres, que ya estaban todos muy mojados afuera, sonreían ante el dibujo de
la niña, que seguía alzando su obra con orgullo.
Lo siguiente que ocurrió casi rebasa todo lo
que creía posible. Cuando los niños estaban en el clímax de su alegría, por la profecía
de la niña de colores, la lluvia cesó inmediatamente. ¡Vamos a ver el arcoíris!
Gritaron todos juntos, los padres se dirigieron hacia un lugar despejado para
ver el cielo, que abrió un hueco entre sus nubes para dejar pasar la luz del
sol. Los niños los siguieron y se detuvieron un momento a ver si el milagro
ocurría. Yo me mantuve distante de ellos, pero a suficiente distancia para ver
si algo aparecía en el cielo.
Y ocurrió, el cielo me estaba haciendo una
jugada, sufrió, lloro y se repuso, de manera majestuosa los colores del mundo
se pintaban en el cielo, con igual majestuosidad que el dibujo de la niña, que
en un principio no pude apreciar pero que ahora me pareció todo claro. Padres e
hijos reían emocionados, me acerque a donde estaban ellos, que era donde se
veía mejor el arcoíris. Entre la gente estaba el anciano del periódico, que con
una mano sostenía el diario encima de su cabeza para protegerse del exceso de
luz, su sombrero estaba inutilizable por el agua. Con la otra tocaba el hombro
de la niña de vestido blanco que veía el cielo como si fuera su obra. Ves
abuelito, salió un arcoíris.
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