Dirigiéndose,
recorriendo el litoral sin ningún afán o meta en especial más que sentir
placer, el disfrutar la compañía del sol, del agua del mar que acaricia los
pies aliviándolos del peso de la arena que reclama la perfección por su
uniformidad.
Sigo
los mismos huecos que aquella vez, cuando a lo lejos vislumbre su silueta, su
movimiento, el vaivén de sus caderas, su cabello movido por la brisa, su piel
tostada, brillante como los reflejos del sol en el mar, un mar que se encuentra
agitado de la envidia, pues yo, su único espectador solo tenía ojos para Ella.
Sigo
su mismo camino, pero me lleva por muy lejos, ya no la veo. Tanto tiempo
malgaste en buscar otros placeres que perdí de vista el único placer puro que
tenía, el que alimentaba mi alma con su compañía, pues mi alma es una cría que
no puede alimentarse sola.
Tal
hambre me tiene fatigado, por lo que me siento un momento para ver el horizonte
y el sol escondiéndose en un atardecer que me advierte que no será el día en
que la encuentre nuevamente. Mis ojos comienzan a cerrarse y antes que me
venzan volteo a ver las huellas. En un respingo me levanto con miedo.
Las
huellas ya no están. Tal vez la oscuridad se las tragó, o quizá el agua se las
llevó, dejando solo luminiscencias color esmeralda en la arena que quieren
competir con las de las estrellas, las cuales volteo a ver con tristeza. Me
tumbo en la arena, la tomo entre mis manos y la arrojo sobre mí. Si no la
encuentro a Ella, al menos quiero morir buscándola donde dejó sus pasos.
Me
tumbo en la playa húmeda, mitad agua, mitad mis lágrimas hasta que me vence el
sueño que confundí con muerte. A lo lejos, dentro del mar escondiéndose en su
oscuridad, alguien extendió su brazo para arrojarme algo.
No
fue hasta la mañana cuando descubrí con un golpe en mi espalda, una barca y
dentro de ella un farol. La observé y me di cuenta que era muy vieja, con
rastros de pintura, una construcción de madera astillada, sin vela ni mástil,
pero que se volvió hermosa para mí cuando vi que en su piso estaban sus huellas
y en la pequeña eslora el nombre de Ella. Tenía otra oportunidad de volver a
verla, aún no la había perdido.
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