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jueves, 30 de julio de 2015

Huellas del mar

Dirigiéndose, recorriendo el litoral sin ningún afán o meta en especial más que sentir placer, el disfrutar la compañía del sol, del agua del mar que acaricia los pies aliviándolos del peso de la arena que reclama la perfección por su uniformidad.


Sigo los mismos huecos que aquella vez, cuando a lo lejos vislumbre su silueta, su movimiento, el vaivén de sus caderas, su cabello movido por la brisa, su piel tostada, brillante como los reflejos del sol en el mar, un mar que se encuentra agitado de la envidia, pues yo, su único espectador solo tenía ojos para Ella.

Sigo su mismo camino, pero me lleva por muy lejos, ya no la veo. Tanto tiempo malgaste en buscar otros placeres que perdí de vista el único placer puro que tenía, el que alimentaba mi alma con su compañía, pues mi alma es una cría que no puede alimentarse sola.

Tal hambre me tiene fatigado, por lo que me siento un momento para ver el horizonte y el sol escondiéndose en un atardecer que me advierte que no será el día en que la encuentre nuevamente. Mis ojos comienzan a cerrarse y antes que me venzan volteo a ver las huellas. En un respingo me levanto con miedo.

Las huellas ya no están. Tal vez la oscuridad se las tragó, o quizá el agua se las llevó, dejando solo luminiscencias color esmeralda en la arena que quieren competir con las de las estrellas, las cuales volteo a ver con tristeza. Me tumbo en la arena, la tomo entre mis manos y la arrojo sobre mí. Si no la encuentro a Ella, al menos quiero morir buscándola donde dejó sus pasos.

Me tumbo en la playa húmeda, mitad agua, mitad mis lágrimas hasta que me vence el sueño que confundí con muerte. A lo lejos, dentro del mar escondiéndose en su oscuridad, alguien extendió su brazo para arrojarme algo.


No fue hasta la mañana cuando descubrí con un golpe en mi espalda, una barca y dentro de ella un farol. La observé y me di cuenta que era muy vieja, con rastros de pintura, una construcción de madera astillada, sin vela ni mástil, pero que se volvió hermosa para mí cuando vi que en su piso estaban sus huellas y en la pequeña eslora el nombre de Ella. Tenía otra oportunidad de volver a verla, aún no la había perdido.

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